sábado, 27 de octubre de 2007

Vigilia

Camina hasta la parada, espera unos minutos. Cuando llega el colectivo, sube y se mantiene parada, aunque hace un pequeño balanceo, hacia atrás y adelante, hacia atrás y hacia adelante. Quiere sentarse porque siente las piernas cansadas, quiere sentarse al menos un minuto porque sus ojos se quieren cerrar. Pero no se sienta, el lugar está lleno de gente. El viaje se le hace interminable, quiere llegar y olvidarse del mundo por un rato, dejar de ver luces y sombras y ver solamente oscuridad, pero no la oscuridad que la noche puede dar, sino la oscuridad de sus ojos al cerrarse. Su destino es aún lejano. Se sigue balanceando, completa, al igual que sus pupilas y sus párpados. Siente que las personas la miran, pero no se molesta, sólo quiere llegar. Y cuando se da cuenta ya está en la parada. Y se baja, y empieza a caminar. Los pies le pesan tanto que los termina arrastrando por la vereda, al cruzar la calle, por la siguiente vereda… Y repite la misma secuencia, mirando siempre hacia abajo. Un pie adelante y el otro más adelante. Así hasta al fin llegar. Aunque mira un momento para arriba y ve que aún falta. Por un parpadeo ve oscuridad, la misma a la que quiere concurrir dentro de poco. Y por el siguiente aún más, aunque el que le sigue no es igual. Ahora se ven imágenes que desconoce, que al abrir los ojos, desaparecen, pero continúan en el sucesivo parpadeo, como un sueño entrecortado. La luz del día le hace entrecerrarlos y eso la cansa más. Sólo piensa en abrir la puerta como sea y así como está, tirarse en cualquier lado, en la alfombra, en el umbral, en la madera del piso…Y precisamente es como llega. Ya no recuerda cómo abrió la puerta, como apuró su paso como si el sueño se hubiese esfumado, sólo para apurar la marcha y poder tenderse en cualquier lugar. Y deja todo en el piso y se tira en la alfombra. La puerta permanece abierta desde que entró, pero un tibio aire corre suavemente hasta ella, y la eleva en una especie de nube, que la hace dejar de sentir peso en su cuerpo entero, y la sumerge en esa preciada oscuridad que siempre le da tanto placer, sobre todo, cuando tanto la deseó.

miércoles, 3 de octubre de 2007

"Te amo"


Se lo encontró sin querer hacerlo, ella miraba hacia abajo y escuchaba el sonido de los autos pasando a su lado. Cuando él le habló, levantó la vista. “Hay algo pendiente”, le dijo. No esperaba que le dijera otra cosa. Lo miró pero no le dijo nada, y pretendió seguir caminando como si lo que pasó hubiese sido un recuerdo ya pisado. Pero no pudo continuar porque una mano tomó la suya. Por supuesto era la de él, que no pensaba ni en disminuir la fuerza de los dedos. Volvió a repetir la misma frase. Ella lo miró nuevamente: “¿no hay cosas más importantes por las cuales preocuparse?”. En la cabeza del hombre rondaban muchos pensamientos, y a su cuerpo lo invadió una enorme desilusión. “No voy a soltarte hasta que lo digas”, le respondió. Y ella lo miró, y lo siguió mirando hasta que él se vio obligado a decirle lo mismo. Así, unas cuantas veces más. La situación se repetía. Por cada oración había un silencio, y cada uno se iba tornando mucho más profundo. El hombre, ya resignado, soltó su mano y dejó caer la suya como si un peso grande la hubiese tirado hacia abajo. Lastimosamente se dio vuelta para marcharse, y, a la vez, se escuchó “no, la respuesta es no”. Para él, ya no valía la pena seguir. Para ella, era sólo una persona más en su rincón de olvido.