jueves, 2 de agosto de 2012

Ya no soy tan insegura. Tal vez en un futuro nos volvamos a ver con otros ojos que quizás no sean ni verdes ni marrones. Espero.

jueves, 26 de enero de 2012

Su vestido tenía rombitos y me dio ternura. La invité al río. Metimos los pies descalzos y la corriente nos llevó. Había llovido ayer. No tuvimos miedo. Nos frenó un árbol caído después de un rato de ir sin saber a dónde. Nos sentamos en su tronco que tatuó nuestras piernas con texturas. Cantamos una canción. O por ahí no la cantamos, aunque algo sí sonaba.

Nos callamos. Nos miramos. Metimos los pies para que la corriente nos llevara.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Plumas

¿Vos pensarás? Sé que él sí, pero no me llega lo que piensa. El tema está en vos, todo en mí gira alrededor de eso. A él lo dejé por ese mismo tema; me había dicho que yo era un ave. Él era un ave. Vos no sabés qué es lo que soy y tampoco lo sé de vos. Vos sos, creo, de esos que cazás y enjaulás en aquellas pequeñísimas jaulas que nunca me gustaron. Cantás pero no se sabe para qué, si por tristeza o por lo opuesto. Él canta para decir, y hasta vuela porque no está encerrado. Yo soy un pavo real que no muestra su cola, que no la puede mostrar.
Una semilla. Un tarro con tierra. Uñas sucias que no se pueden morder porque raspan. Rodillas manchadas, marrones, grises. Un poco de agua.

Esperar, mirar, hablar.

Te muevo de lugar si llueve. Te ubico donde más pegue el sol. Miro, hablo, espero. ¿Veo algo? Algo crece. Uñas más limpias. Aromas, colores.

Sí, algo crece.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Discutimos en el auto y me bajé en medio de la ruta. Ella siguió. Pensé que volvería al segundo. Cuando vi que no lo hacía empecé a caminar. Encontré una de las bocas del canal que corre a los lados del camino. Me senté en una especie de paso a nivel y sumergí los pies en el agua que, remolinada, hacía espuma y ruido de burbujas. Con ganas de saltar me apoyé sólo con mis manos en el cemento de piedritas sueltas y polvo. Entonces el agua me llegó hasta los muslos. Piel de gallina. Ruido de herraduras contra la tierra.
Miré hacia el camino. Ella había vuelto sobre un caballo con la frente manchada de pelos blancos. La vi tomar aire para decirme algo y antes de que pudiera salté, cayendo en el núcleo del fin de la cascada revuelta. Forcejeé con el agua que empujó para entrar en mi nariz y en mis ojos. Cuando asomé la cabeza a la superficie ella decía algo de volver a casa que no pude entender del todo. Cerré los ojos y se percató de que no iba a volver.
Con sus rodillas y manos en la tierra, la vi sonreirme. El caballo se montó en su espalda de mujer, la golpeó en las costillas con sus patas y comenzó a llevarlo por la ruta, para el lado de casa.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Cenizas

Ya no habría luz que pudiera ver: estaba condenado a pasar el resto de los días mirando a las cuatro paredes que me acompañarían por la eternidad. Nuestra eternidad.
Pensaron que me había ido. La última imagen que tuvieron de mí fue la de un hombre vencido por su propia naturaleza, quien, traicionera y descarada, quiso jugarme una muy mala pasada y lo logró con éxito macabro y mortal.
Desde mi cuerpo los vi llorar. Mi cuerpo, sólo él. La vi tirarme un beso desde lo lejos, un último beso que reconocí en su dura mirada, la misma de hacía unos largos años, que nunca pudo mutar. Lo vi decir mi nombre entre sollozos de aparente hombre fuerte.
La luz ya no iba a visitarme y estaba al tanto de eso. Luego no lloraron, aunque sé que no se olvidaron de recordarme. Me molesta que piensen que no estaba, cuando en verdad esta pequeña bóveda está repleta de puntadas que dejan pasar al viento, quien, amable con mi ser-que-no-es, me deja sí estar.
Ella lo vio desde la escalera que sus pies recordaron con dulzura. Él rió y largó humo por la boca, humo que ella percibió desde arriba y aspiró con curiosidad, mientras arrugaba un papel entre sus dedos de futura mujer. Él no la vio hasta que ella caminó mirándose los zapatos negros. Ella le dio el papel sin mirarlo a los ojos. Sus sangres corrieron a la par y ellos no estaban enterados. Él se dio vuelta y también miró sus zapatos, que no eran negros. Sin estar enterados, ambos sonrieron.