Se lo encontró sin querer hacerlo, ella miraba hacia abajo y escuchaba el sonido de los autos pasando a su lado. Cuando él le habló, levantó la vista. “Hay algo pendiente”, le dijo. No esperaba que le dijera otra cosa. Lo miró pero no le dijo nada, y pretendió seguir caminando como si lo que pasó hubiese sido un recuerdo ya pisado. Pero no pudo continuar porque una mano tomó la suya. Por supuesto era la de él, que no pensaba ni en disminuir la fuerza de los dedos. Volvió a repetir la misma frase. Ella lo miró nuevamente: “¿no hay cosas más importantes por las cuales preocuparse?”. En la cabeza del hombre rondaban muchos pensamientos, y a su cuerpo lo invadió una enorme desilusión. “No voy a soltarte hasta que lo digas”, le respondió. Y ella lo miró, y lo siguió mirando hasta que él se vio obligado a decirle lo mismo. Así, unas cuantas veces más. La situación se repetía. Por cada oración había un silencio, y cada uno se iba tornando mucho más profundo. El hombre, ya resignado, soltó su mano y dejó caer la suya como si un peso grande la hubiese tirado hacia abajo. Lastimosamente se dio vuelta para marcharse, y, a la vez, se escuchó “no, la respuesta es no”. Para él, ya no valía la pena seguir. Para ella, era sólo una persona más en su rincón de olvido.
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