domingo, 26 de octubre de 2008

Encuentro: Desde ella

Me pongo a pensarlo y no, en realidad nunca lo conocí. No lo conocí si miramos un significado alternativo de la palabra. O por ahí, teniendo en cuenta lo otro, lo conocí, pero poco. Antes de verlo, sólo hablamos. Y eso de verlo fue muy raro también.

Me lo presentó una persona que pasó por mi vida muy superficial, aunque profundamente rápido. Y me lo dejó ahí, como si pudiera luego hacer lo que quisiera con él. Le hablé y él me habló. Lo quise conocer y esperé lo mismo de su parte, eso nunca se sabe. Lo quise por su misterio, por su desinterés. En verdad quería no sólo su fase exterior, deseaba verlo aún más por dentro, porque las letras de sus historias no me bastaban.

A pesar de esa incómoda sensación que provocaba en mí -aún ahora- cierta intimidación, me decidí. Lo iba a conocer, pero no de una manera muy "normal". Frente a mis nervios llegué a la conclusión de que mi visita sería destinada a mí misma: iba a verlo sólo para verlo, sin la necesidad de que él me viera a mí. Viajé -siempre suelo hacer estas cosas; no importa nunca cuan lejos esté-; viajé mucho. Llegué y lo busqué.

Me pareció verlo, aunque creo que me engañé, o más bien, mi cobardía no lo vio. Hasta que no lo encontré en ningún otro lugar, y volví. Ahí estaba. No podía verme y disfruté cada segundo de eso. Me sentía a salvo (nunca podría encontrarme y tenía el resto del día para mirarlo como yo quisiera). Verlo aparecer y desaparecer, salir a fumar, entrar y verlo de a pedazos. Bajé para irme, después de un rato. A punto de volver, me arrepentí.

Yendo hacia mi lugar oculto de él, fue cuando pasó. Me encontró. Como si lo hubiese llamado. Me tomó del brazo y dio mi nombre. No le hablé y lo seguí. Pasé el resto del día con él, escuchando y viéndolo más cerca que nunca. Me regaló algo envuelto en un papel metálico, el cual guardé con el pretexto de "en caso de no verlo nunca más".

lunes, 6 de octubre de 2008

Encuentro: Desde él

Vio una foto mía sin que yo lo supiera; tampoco supe nunca cómo llegó a ella. Pero supongo que fue un motivo para comenzar a hablarle. Parecía más grande, por cómo hablaba. Se lo dije y no me creyó, humildemente, como siempre fue. Un día le dije de vernos, porque nunca nos miramos a los ojos. Asintió pero no pasó. Y cuando volvimos a nuestras charlas, se me escapó una dirección, la cual pensé no sería muy significativa para ella.

Un día me pareció verla, bien. Pasó un par de veces por mi puerta, pero la ignoré. Su imagen se pasó durante ese tiempo: desde que la encontré al salir, inquieto, y la tomé del brazo, hasta que se despidió, con una sonrisa tímida, medio escondida. Aquella vez me pareció misteriosa, como alguien que guarda un secreto y lo hace notar sin pronunciar palabra. Y simple, tan simple como su remerita negra y corta y como su pollera gastada.

La esperé los siguientes días, pero no apareció. Le agradecí una y otra vez su única e inesperada visita. Ella parecía sentirse bien; a pesar de no hablar mucho, pude notar algo en sus ojos que me causaba comodidad y de cierta forma, me decía que quería quedarse a mi lado todo el tiempo necesario como para al fin saber algo más.

Recordé el tacto de mi mano con su brazo, su sonrisa, su mirada profunda y brillante, su pelo despeinado.

La última vez que la vi fue diferente. Me habló más y sonrió menos (señal de que ya no se sentía extraña). Salí un momento. Mi mente se volvió a su imagen y se centró en su cabello -esa vez recogido-, en su pantalón apagado y en su bolso lleno de color. Llevaba un aroma muy particular. A veces lo siento y la busco sin éxito. Le di algo. Me agradeció sonriendo y lo guardó.

Se fue. Dijo que volveríamos a vernos.