lunes, 29 de diciembre de 2008

Viaje

Siempre fue de hacer estas cosas mi loca cabeza, y mi cuerpo la acompañó en todo momento. A veces me gustaría que fueran independientes el uno del otro, pero yo ya no puedo pedir ni hacer nada. En esa cabeza lo soñé y creé cosas que la llenaron, que lo llenaron. Cuando al fin lo encontré fuera de ella, creí estar viviendo algo que nunca pensé podría ocurrirme. Pero fue tan deseado, que hasta me parece que mi cabeza se volvió mi entero mundo, y por eso ahora no está más; hoy en día, creo que fue todo su invento y que nada de lo ocurrido pasó en verdad, que el viaje que va a realizar él también es un invento, para justificar que la idea se está agotando y que su turno ya pasó. Porque claro, si fuese real, no habría sido tal como lo fue. Para él yo fui uno de esos pajaritos escurridizos, complicados de atrapar, pero que una vez que se tienen en manos, se quedan hasta ser ignorados. El mundo creado por mi cabeza se redujo a nosotros dos y nada me importó más que eso. Ahora: ¿qué es lo que puedo hacer, si su invento se está venciendo, si descubro poco a poco la ineficiencia que posee, si se hace cada vez más pequeño al mojarse con el agua y más transparente al toparse con la luz? En mi universo mental me quedo sola; los pajaritos no tienen de quien depender y cantan, para no ser escuchados. Pero si nadie escucha, ¿entonces, hay sonido? Aquel canto vergonzoso e inhibido se lo di a él, pero él ya no está: se fue de viaje.

domingo, 26 de octubre de 2008

Encuentro: Desde ella

Me pongo a pensarlo y no, en realidad nunca lo conocí. No lo conocí si miramos un significado alternativo de la palabra. O por ahí, teniendo en cuenta lo otro, lo conocí, pero poco. Antes de verlo, sólo hablamos. Y eso de verlo fue muy raro también.

Me lo presentó una persona que pasó por mi vida muy superficial, aunque profundamente rápido. Y me lo dejó ahí, como si pudiera luego hacer lo que quisiera con él. Le hablé y él me habló. Lo quise conocer y esperé lo mismo de su parte, eso nunca se sabe. Lo quise por su misterio, por su desinterés. En verdad quería no sólo su fase exterior, deseaba verlo aún más por dentro, porque las letras de sus historias no me bastaban.

A pesar de esa incómoda sensación que provocaba en mí -aún ahora- cierta intimidación, me decidí. Lo iba a conocer, pero no de una manera muy "normal". Frente a mis nervios llegué a la conclusión de que mi visita sería destinada a mí misma: iba a verlo sólo para verlo, sin la necesidad de que él me viera a mí. Viajé -siempre suelo hacer estas cosas; no importa nunca cuan lejos esté-; viajé mucho. Llegué y lo busqué.

Me pareció verlo, aunque creo que me engañé, o más bien, mi cobardía no lo vio. Hasta que no lo encontré en ningún otro lugar, y volví. Ahí estaba. No podía verme y disfruté cada segundo de eso. Me sentía a salvo (nunca podría encontrarme y tenía el resto del día para mirarlo como yo quisiera). Verlo aparecer y desaparecer, salir a fumar, entrar y verlo de a pedazos. Bajé para irme, después de un rato. A punto de volver, me arrepentí.

Yendo hacia mi lugar oculto de él, fue cuando pasó. Me encontró. Como si lo hubiese llamado. Me tomó del brazo y dio mi nombre. No le hablé y lo seguí. Pasé el resto del día con él, escuchando y viéndolo más cerca que nunca. Me regaló algo envuelto en un papel metálico, el cual guardé con el pretexto de "en caso de no verlo nunca más".

lunes, 6 de octubre de 2008

Encuentro: Desde él

Vio una foto mía sin que yo lo supiera; tampoco supe nunca cómo llegó a ella. Pero supongo que fue un motivo para comenzar a hablarle. Parecía más grande, por cómo hablaba. Se lo dije y no me creyó, humildemente, como siempre fue. Un día le dije de vernos, porque nunca nos miramos a los ojos. Asintió pero no pasó. Y cuando volvimos a nuestras charlas, se me escapó una dirección, la cual pensé no sería muy significativa para ella.

Un día me pareció verla, bien. Pasó un par de veces por mi puerta, pero la ignoré. Su imagen se pasó durante ese tiempo: desde que la encontré al salir, inquieto, y la tomé del brazo, hasta que se despidió, con una sonrisa tímida, medio escondida. Aquella vez me pareció misteriosa, como alguien que guarda un secreto y lo hace notar sin pronunciar palabra. Y simple, tan simple como su remerita negra y corta y como su pollera gastada.

La esperé los siguientes días, pero no apareció. Le agradecí una y otra vez su única e inesperada visita. Ella parecía sentirse bien; a pesar de no hablar mucho, pude notar algo en sus ojos que me causaba comodidad y de cierta forma, me decía que quería quedarse a mi lado todo el tiempo necesario como para al fin saber algo más.

Recordé el tacto de mi mano con su brazo, su sonrisa, su mirada profunda y brillante, su pelo despeinado.

La última vez que la vi fue diferente. Me habló más y sonrió menos (señal de que ya no se sentía extraña). Salí un momento. Mi mente se volvió a su imagen y se centró en su cabello -esa vez recogido-, en su pantalón apagado y en su bolso lleno de color. Llevaba un aroma muy particular. A veces lo siento y la busco sin éxito. Le di algo. Me agradeció sonriendo y lo guardó.

Se fue. Dijo que volveríamos a vernos.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Cambio de rol

Fuiste grande, más grande que yo, y controlaste cada movimiento mío, con la excusa de verme como una marioneta sin dueño, con mis hilos enredados y esa sonrisa inexpresiva que después tornaste real. Todo lo que hice yo, fue impulsado por tus manos; y te sentí tan cerca que tus pensamientos fueron los míos, así como todo recuerdo, lugar, persona, también. Un día no me moví. Te miré pero no pude encontrar el centro de tus ojos. Tampoco hablaste. El polvo me envolvió, así como la luz del sol me quitó el color, dejando a mis párpados, abiertos, para que me mostraran día a día la fotografía de tu ignorancia, de tu silencio. Una gota de agua salada cayó sobre mí la vez que estuviste a mi lado, mirando hacia el frente. Yo, para ese entonces, ya no te buscaba más. Pero me llamó la atención cómo empequeñeciste, la manera en que tu voz cambió, y en lo diminuto que te vi, por primera vez en estos años raros. Te observé desde muy arriba. Noté que tus pupilas no tenían más su brillo ni color. Pero no me quedé y, como ya podía moverme, dejé allá todo lo que fue, para empezar a olvidar.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Altura

Esperé casi treinta años para tomar al fin esta sencilla -aunque costosa- decisión. Bueno, en realidad el tiempo fue quien transformó mis deseos en espera, porque pasó desapercibido. Ahora que esto se vuelve real, estoy listo para hacer todo aquello que prometí durante toda mi vida, y quiero que me observen, principalmente los que pensaron ser decepcionados por mí.

Que me observen y se sorprendan al ver que estoy preparado para comenzar mi vuelo y así verlos desde allá arriba, solo, pero feliz de al fin estar completo.

viernes, 29 de agosto de 2008

Escalones


Bajo por la escalera que se va tornando cada vez más turbia. Mis pies se superponen pero no caigo, me mantengo suspendida entre el aire y un escalón, pensando en los que quedan por pisar. Y los párpados me pesan, me dicen que quieren bajar para no ver. Para no verte ni a vos, ni a él. Para seguir solos ellos dos, como si nunca te hubieran conocido. Y así quedar en compañía de mis dos pupilas, grandes y negras, como el negro que se ve al final de la bajada.

jueves, 28 de agosto de 2008

Cierra sola

Te miro con los ojos cerrados, me tiro del pelo y los aprieto aún más, y los párpados, pegados entre sí, me provocan ardor, destellos de pequeños puntitos, que a veces puedo llegar a ver. Entre el intento de divisarlos pienso. Te pienso. Ojalá sigas a mi lado, pensando en cómo calmar mi dolor cuando te mire de otra forma, cuando al fin pueda abrirlos para poder ver solamente lo que es real, lo que sos vos.

jueves, 31 de julio de 2008

Cielo

Las estrellas.
Las veo.
Parecen, más bien, observarme a mí.
Y me pregunto:
¿qué estarán pensando?
No dirán lo mismo que yo de ellas.

No lo creo.

Yo no brillo

ni aparezco momentáneamente
como una línea de luz.