Está quieto, abre los ojos, no se mueve. Luego sí se mueve, pero no se levanta. Estira los brazos hacia ambos costados. "Ya es hora", piensa. Se sienta con un gran esfuerzo. Aprieta fuerte los párpados y los vuelve a abrir. No quiere nada. No pide nada más que un poco más de descanso. Pero sabe que él mismo se lo impediría, entonces se para y da unos pasos.
Está de costado, tapada hasta la cintura con una delgada sábana, un poco gastada por el tiempo. Lleva las piernas hacia el pecho, se las abraza, y permanece así por un rato. Las suelta y las deja desplegarse. Mira al techo, no sólo con los ojos, sino con todo el cuerpo. "Cuento hasta diez", se dice. No llega ni hasta los cuatro, cuando se sienta. Se para y abre la ventana. Apoya los codos en su espesor y en sus manos, el mentón. No observa nada en particular, su mirada gris está perdida.
Continúa sobre sus pies, pero ahora está junto a la ventana. No logra verse en el vidrio esmerilado, entonces la abre. Afuera está el cielo, y ese árbol de hojas naranjas que lo acompañó desde niño. Y mucho más lejos, como una leve transparencia apenas insinuada, que sólo él puede ver, aparece un par de ojos, el cual, cree, son los suyos.
domingo, 25 de noviembre de 2007
sábado, 27 de octubre de 2007
Vigilia
Camina hasta la parada, espera unos minutos. Cuando llega el colectivo, sube y se mantiene parada, aunque hace un pequeño balanceo, hacia atrás y adelante, hacia atrás y hacia adelante. Quiere sentarse porque siente las piernas cansadas, quiere sentarse al menos un minuto porque sus ojos se quieren cerrar. Pero no se sienta, el lugar está lleno de gente. El viaje se le hace interminable, quiere llegar y olvidarse del mundo por un rato, dejar de ver luces y sombras y ver solamente oscuridad, pero no la oscuridad que la noche puede dar, sino la oscuridad de sus ojos al cerrarse. Su destino es aún lejano. Se sigue balanceando, completa, al igual que sus pupilas y sus párpados. Siente que las personas la miran, pero no se molesta, sólo quiere llegar. Y cuando se da cuenta ya está en la parada. Y se baja, y empieza a caminar. Los pies le pesan tanto que los termina arrastrando por la vereda, al cruzar la calle, por la siguiente vereda… Y repite la misma secuencia, mirando siempre hacia abajo. Un pie adelante y el otro más adelante. Así hasta al fin llegar. Aunque mira un momento para arriba y ve que aún falta. Por un parpadeo ve oscuridad, la misma a la que quiere concurrir dentro de poco. Y por el siguiente aún más, aunque el que le sigue no es igual. Ahora se ven imágenes que desconoce, que al abrir los ojos, desaparecen, pero continúan en el sucesivo parpadeo, como un sueño entrecortado. La luz del día le hace entrecerrarlos y eso la cansa más. Sólo piensa en abrir la puerta como sea y así como está, tirarse en cualquier lado, en la alfombra, en el umbral, en la madera del piso…Y precisamente es como llega. Ya no recuerda cómo abrió la puerta, como apuró su paso como si el sueño se hubiese esfumado, sólo para apurar la marcha y poder tenderse en cualquier lugar. Y deja todo en el piso y se tira en la alfombra. La puerta permanece abierta desde que entró, pero un tibio aire corre suavemente hasta ella, y la eleva en una especie de nube, que la hace dejar de sentir peso en su cuerpo entero, y la sumerge en esa preciada oscuridad que siempre le da tanto placer, sobre todo, cuando tanto la deseó.
miércoles, 3 de octubre de 2007
"Te amo"
Se lo encontró sin querer hacerlo, ella miraba hacia abajo y escuchaba el sonido de los autos pasando a su lado. Cuando él le habló, levantó la vista. “Hay algo pendiente”, le dijo. No esperaba que le dijera otra cosa. Lo miró pero no le dijo nada, y pretendió seguir caminando como si lo que pasó hubiese sido un recuerdo ya pisado. Pero no pudo continuar porque una mano tomó la suya. Por supuesto era la de él, que no pensaba ni en disminuir la fuerza de los dedos. Volvió a repetir la misma frase. Ella lo miró nuevamente: “¿no hay cosas más importantes por las cuales preocuparse?”. En la cabeza del hombre rondaban muchos pensamientos, y a su cuerpo lo invadió una enorme desilusión. “No voy a soltarte hasta que lo digas”, le respondió. Y ella lo miró, y lo siguió mirando hasta que él se vio obligado a decirle lo mismo. Así, unas cuantas veces más. La situación se repetía. Por cada oración había un silencio, y cada uno se iba tornando mucho más profundo. El hombre, ya resignado, soltó su mano y dejó caer la suya como si un peso grande la hubiese tirado hacia abajo. Lastimosamente se dio vuelta para marcharse, y, a la vez, se escuchó “no, la respuesta es no”. Para él, ya no valía la pena seguir. Para ella, era sólo una persona más en su rincón de olvido.
martes, 25 de septiembre de 2007
Largos días
Ella sabe que nunca podría estar con él, por nada del mundo. “Ni aunque fuera el último en la Tierra”. Esa frase ya no servía. No había nadie más que ellos dos. Desde que quedaron solos, la idea nunca se le cruzó por la cabeza. No hasta que él le dirigió la primera frase, que ni siquiera fue algo importante, nada importante, sin sentido. No hubo respuesta por parte de ella. Las palabras sonaron una y otra vez en su mente. Así, por días. Sin hablarse entre los dos. Pero ella nunca quiso hablarle, porque nunca podría estar con él. Y se cruzan, y se chocan, aunque el espacio sobre. Ella nunca le habla, ni lo mira, tal vez porque no quiere, tal vez por el simple miedo de que no le llegue a gustar su compañía, la cual es la única que tiene. Lo que menos necesita es la soledad. Y se siente sola, porque no le quiere hablar. Desde que escuchó esas palabras una mínima idea rondó por su cabeza. La idea de cruzar por lo menos una mirada, o ni siquiera eso, tal vez sólo de mirarlo sin que se dé cuenta. Aunque tiene la sensación de que nunca la pierde de vista, entonces sí notaría que ella lo estaba mirando. Entonces cuando la frase que él le dijo comenzó a hacerse cada vez más turbia, mientras intentaba recordar hasta la última palabra, chocó con él, y, sin pensarlo, levantó la vista. Hacía mucho tiempo que veía un blanco grisáceo, y ver el cielo azul reflejado en los ojos de esa persona a quien no había visto desde el comienzo de ese vacío desierto, le causó impresión. Pero no siguió observando, por miedo a terminar dentro de aquellas pupilas. Y continuó su paso apurado. La sensación le sigue durando. Su idea de no hablar lucha contra la otra. Aunque la primera siempre gana. Porque ella lo conoció. Lo conoce. No del todo, pero lo conoce. Y sabe que no podría estar con él, ni para cruzar más de dos palabras. Entonces, si lo mira, va a hablarle, él va a responder, y así van a llegar a algo. No sabe a qué, no quiere llegar a nada. Los días pasan y la soledad pesa mucho más. Ella prefiere estar sola y hablar consigo misma, que conversar con una persona con la que no podría estar. Aquella mirada que perturbó sus pensamientos se va borrando, mientras continúa en la espera de ese glorioso día en que aparezca alguien más además de él, aunque la espera hasta ahora haya sido eterna, y tal vez lo que reste de su vida sean años de tibia soledad.
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