martes, 25 de septiembre de 2007
Largos días
Ella sabe que nunca podría estar con él, por nada del mundo. “Ni aunque fuera el último en la Tierra”. Esa frase ya no servía. No había nadie más que ellos dos. Desde que quedaron solos, la idea nunca se le cruzó por la cabeza. No hasta que él le dirigió la primera frase, que ni siquiera fue algo importante, nada importante, sin sentido. No hubo respuesta por parte de ella. Las palabras sonaron una y otra vez en su mente. Así, por días. Sin hablarse entre los dos. Pero ella nunca quiso hablarle, porque nunca podría estar con él. Y se cruzan, y se chocan, aunque el espacio sobre. Ella nunca le habla, ni lo mira, tal vez porque no quiere, tal vez por el simple miedo de que no le llegue a gustar su compañía, la cual es la única que tiene. Lo que menos necesita es la soledad. Y se siente sola, porque no le quiere hablar. Desde que escuchó esas palabras una mínima idea rondó por su cabeza. La idea de cruzar por lo menos una mirada, o ni siquiera eso, tal vez sólo de mirarlo sin que se dé cuenta. Aunque tiene la sensación de que nunca la pierde de vista, entonces sí notaría que ella lo estaba mirando. Entonces cuando la frase que él le dijo comenzó a hacerse cada vez más turbia, mientras intentaba recordar hasta la última palabra, chocó con él, y, sin pensarlo, levantó la vista. Hacía mucho tiempo que veía un blanco grisáceo, y ver el cielo azul reflejado en los ojos de esa persona a quien no había visto desde el comienzo de ese vacío desierto, le causó impresión. Pero no siguió observando, por miedo a terminar dentro de aquellas pupilas. Y continuó su paso apurado. La sensación le sigue durando. Su idea de no hablar lucha contra la otra. Aunque la primera siempre gana. Porque ella lo conoció. Lo conoce. No del todo, pero lo conoce. Y sabe que no podría estar con él, ni para cruzar más de dos palabras. Entonces, si lo mira, va a hablarle, él va a responder, y así van a llegar a algo. No sabe a qué, no quiere llegar a nada. Los días pasan y la soledad pesa mucho más. Ella prefiere estar sola y hablar consigo misma, que conversar con una persona con la que no podría estar. Aquella mirada que perturbó sus pensamientos se va borrando, mientras continúa en la espera de ese glorioso día en que aparezca alguien más además de él, aunque la espera hasta ahora haya sido eterna, y tal vez lo que reste de su vida sean años de tibia soledad.
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