sábado, 27 de septiembre de 2008

Cambio de rol

Fuiste grande, más grande que yo, y controlaste cada movimiento mío, con la excusa de verme como una marioneta sin dueño, con mis hilos enredados y esa sonrisa inexpresiva que después tornaste real. Todo lo que hice yo, fue impulsado por tus manos; y te sentí tan cerca que tus pensamientos fueron los míos, así como todo recuerdo, lugar, persona, también. Un día no me moví. Te miré pero no pude encontrar el centro de tus ojos. Tampoco hablaste. El polvo me envolvió, así como la luz del sol me quitó el color, dejando a mis párpados, abiertos, para que me mostraran día a día la fotografía de tu ignorancia, de tu silencio. Una gota de agua salada cayó sobre mí la vez que estuviste a mi lado, mirando hacia el frente. Yo, para ese entonces, ya no te buscaba más. Pero me llamó la atención cómo empequeñeciste, la manera en que tu voz cambió, y en lo diminuto que te vi, por primera vez en estos años raros. Te observé desde muy arriba. Noté que tus pupilas no tenían más su brillo ni color. Pero no me quedé y, como ya podía moverme, dejé allá todo lo que fue, para empezar a olvidar.

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