Se levanta -si es que duerme- a horas poco comunes. Ha tenido que hacer tareas tediosas y peculiares, en cualquier parte de la ciudad. Hoy le tocó hacerle masajes a una desconocida que vivía en Villa Devoto; de ahí fue para Pompeya a lavar los platos en la casa de una familia de siete personas, para luego hacer lo increíble para llegar rápido a Flores y limpiar la caja de piedritas de un gato de un hombre soltero, sin contar el viaje hasta Lugano para decirle a una tal "Marina" que ya no la quiere más.
"¿Renuncio?", como todos los días, piensa él.
La vida de Magoya nunca fue fácil, sin embargo no pensó en dejar su trabajo verdaderamente.
Llegó a su casa y vio que su novia se había ido para siempre. Dejó una nota diciéndole que no invertía suficiente tiempo en su relación. "Qué alivio", pensó.
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