1.
Yo me miro los pies porque la condición era no mirarnos a los ojos. Me gusta que no sepas si estoy actuando o si digo la verdad, porque entonces soy libre de decir lo que sea, pues también hay un diálogo sobre nuestras palabras que no vamos a tener.
Por estas calles caminé toda mi vida y me acuerdo de cada baldosa. Mi barrio es lindo, ojalá te guste lo que ves. En realidad no suelo hablar, y creo que lo sabés y que por eso propusiste este juego.
Este árbol es un espectáculo. Nunca supe cómo se llama, pero da estas flores tan raras que tienen olor entre durazno y flor. Tomá, podés comprobarlo. Siempre las arranco y las voy oliendo mientras camino, aunque al rato se ponen medio feas y las termino tirando al piso. Si llego a mi puerta antes de tiempo las dejo en el escalón, para ver a dónde fueron a parar el día siguiente.
Falta menos para llegar ya. Mi casa es la blanca y negra. Me gustaría que tuviera balcón.
Viendo una película el otro día, dos personas decían que iban a decir todo lo que pensaran, para evitar esos problemas que hacen que una relación termine. Es lo perfecto, y lo más difícil, pero así es como tiene que ser para llegar a la perfección, creo yo. Como quiero complicarme la vida, voy a decir todo lo que llegué a pensar en estas tres cuadras de monólogo.
No me molesta tu silencio planeado. Me gusta el ruido de tus suelas contra el piso. Es una noche tan linda para caminar. No sé si me mirás o no porque no quito la vista de mis zapatos, pero a pesar de eso me gustaría escucharte toser, bostezar, suspirar o lo que fuera, solo para asegurarme de que seguís escuchándome.
Sin embargo siento tu presencia, de alguna manera rara. Y tengo que decir que es lo que hace que esta primavera tardía se vaya colando por todas partes. Me di cuenta porque en cada respiración siento aire perfumado.
Es acá. Si te dejo en el escalón por ahí te quedás hasta mañana, pero no es el caso. ¿Querés dar otra vuelta, mejor?
2.
No me gusta mendigar en escalones ajenos, mejor demos otra. Supongo que es mi turno de hablar. De chico conservé en el puño de mi mano esto que tiene un nombre que no voy a decir, porque te vas a reír. Es algo así como mi energía y la puedo dejar donde yo quiera. Miré las casas, los patios, los gatos y las flores y me dieron ganas de usarla en algo útil.
Hasta ahora mi logro más alto fue hacer hablar hasta a la persona más tímida. ¿Por qué te reís? A veces no sé si te reís de mí o qué. Igualmente no me molesta, menos ahora, que puedo imaginar cómo lo estarás haciendo.
Más bien te estoy contestando. Mi monólogo no es tan monólogo, creo que voy a perder. No soy de hablar mucho, pero hago mis esfuerzos cuando quiero.
Prometo averiguar el nombre de este árbol tan especial. La casa a la que da me recuerda a la de mi infancia, en Provincia. Conocerás mucho más que yo el aroma de esta cuadra en particular, que también me la recuerda.
Volviendo a lo que contengo en mi mano cerrada y también diciendo lo que pienso -o lo que no, porque no es necesario pensar todo tampoco- , te voy a revelar en qué lo voy a usar, porque ahora tengo una meta mayor.
Quiero romper con las reglas inventadas de este juego, no sólo para que me mires, sino para poder hacerlo yo también y poder meterme y completarme de primavera duraznera. O cualquier otra fruta. Aunque da la casualidad de que ese olor me hace celebrar momentos hermosos de mi vida, cuando pateaba piedritas de adoquines y acariciaba ronroneos de gatos callejeros en noches como esta.
Llegamos al final otra vez. Te tengo que dejar, pero al menos sé que es posible que estés acá mañana u otro día. Voy a dejar la flor acá. Mañana salí y buscala, por ahí me encontrás a mí.
viernes, 25 de diciembre de 2009
viernes, 4 de diciembre de 2009
Final: ¿la realidad?
Una montaña rusa. Despierta acalorada y con un grito ahogado. En Primavera agarra el primer vestido que pisó. Buen día, cara. Patea unos zapatos para que entren en un cajón. Buen día, cosita, ¿quién es el más lindo? Se moja, cepilla la florcita de su muñeca izquierda. Tararea una melod- suena el teléfono. ¿Hola? Pelotudo. Melodía. Sale a la vereda y algo le pincha un pie. Sangre. ¿Dónde mierda dejé el algodón? Sentada. Curita, correa. Parque Lezama. Descansa los ojos, nomás. Inhalo. Jazmines. Exhalo y me duele el pie. Se para y pisa un colchón de algo que fue un montón de hojas. Ya empiezan a caer esas saladitas. Arriba, noche, cielo y nubes revueltas.
Él dice "te puedo llevar a la parada, pero no voy a dejarte volver a tu casa". Entonces ella se va, pero al rato vuelve para decirle "no me voy a ir, podés acompañarme". Caminan. Paran. La mira y le dice "este lugar va a ser patrimonio de nuestra humanidad". Ella no responde, mira para allá. Cuando lo vuelve a mirar, se besan. Frunce los ojos y no ve más que oscuridad.
Los abre y se sienta en su cama.
Él dice "te puedo llevar a la parada, pero no voy a dejarte volver a tu casa". Entonces ella se va, pero al rato vuelve para decirle "no me voy a ir, podés acompañarme". Caminan. Paran. La mira y le dice "este lugar va a ser patrimonio de nuestra humanidad". Ella no responde, mira para allá. Cuando lo vuelve a mirar, se besan. Frunce los ojos y no ve más que oscuridad.
Los abre y se sienta en su cama.
Comienzo: la descripción
Se mira seguido en los vidrios y espejos, fuera de su casa. Colecciona cosas -chiquitas- sin ningún patrón a seguir. Salta los escalones. Siempre está muy hambrienta, pero espera. Quiere a su perro con inmedible amor. A veces, en verano, sale descalza a la calle. Disfruta una birome que escribe corrido y el ruido de una cáscara desprendiéndose de su cuerpo de mandarina. Sus mañas no son femeninas. Le tiene rencor a los parques de diversiones por haberse perdido de chica en uno de esos. Imagina al amor de su vida, antes de dormirse, en el contexto ideal -de acuerdo con el momento que esté viviendo. No entiende por qué no ve lo que todos ven cuando fruncen los ojos. Tiene mucho que decir y sus maneras de hacerlo son rebuscadas. Juega con sus dedos. No le gusta llorar en público: mira para arriba a ver si, de casualidad, la gravedad le hace un favor. Dibuja su piel. Canta sin aliento. No duerme siesta. Odia que la pongan a prueba. Despluma hojas en el parque, y allí duerme. Regala lo que es suyo, y luego lo olvida. No reconoce sus celos.
Subtedioso
Sentí mis dos piernas agotadas y la derecha de la mujer que descansa al fin. Al frente había orejas vencidas y me miraron dos gemas convexas, por un rato, y después para allá. La mano trabajadora soltó el sobre por no aguantar el sueño, y la más chica se retorció sobre la rodilla perdida. Los ojos achinados pensaron quién sabe en qué. Después de un rato cambiaron de lugar, abandonando los míos. Nos pesaron los hombros y queríamos dormir. El chirrido nos hizo estremecer y no se detuvo. Sin embargo, el de más allá seguía dormido. De pie, observada y tamblaeando, esperé. Mi reflejo estaba cansado. Salí y la puerta me avisó que iba a cerrarse detrás de mí.
viernes, 30 de octubre de 2009
In-decisión
Como la mejor tonta. Bueno, no mejor. Me corrijo: como la más tonta. ¿O como una tonta más? No sé. Lo que pasa es que soy así, medio tonta. Lo veo y lo dejo ir. Pero no a mí. A él. A él. Lo dejo ir, pero vuelve. ¡Tonta! Si volvió, ¿por qué se volvió a ir? Soy medio tonta a veces. Ahora vuelve de nuevo. Acá estoy, no me fui, ¿eh? ¿Ves? Parecía que venía a mí.
jueves, 29 de octubre de 2009
Esfumarte
Lagrimita de sal de ojo entrecerrado por el impacto del viento tibio de la noche de más estrellas que jamás vas a volver a ver ni sentir, evaporate, que tengo otra como vos esperando salir y seguir tu misma ruta de algo que una vez sabió a agua salada y se sintió esfumar como aquella brisita tibia y falsa de otoño nocturno.
Infantiles
Jugábamos a molestarnos mutuamente. Me acuerdo que ese día habías estado más molesto que de costumbre y me mordiste una mejilla.
¿Qué te pasa? Te muerdo nomás. Te tiraste sobre mí y me besaste. ¿Qué te pasa? Sólo lo pensé y entonces te seguí el juego.
Terminé besándote.
Entonces nos molestamos con besos.
¿Qué te pasa? Te muerdo nomás. Te tiraste sobre mí y me besaste. ¿Qué te pasa? Sólo lo pensé y entonces te seguí el juego.
Terminé besándote.
Entonces nos molestamos con besos.
domingo, 4 de octubre de 2009
Vidente al fin
Mi venda fue de color azul y me la puse tapándome los ojos desde que supe de tu existencia. De lo mucho que hablamos, había llegado a la conclusión de que nunca me la sacaría, y no me preguntaste el por qué de mi decisión. No sé cómo fue que llegamos a hablar; sentí muy especial a la imagen mental que fabriqué.
Esa tarde te dije que estaba cansada. Sentada me dormí, creo que frente a vos, y cuando abrí los ojos, la oscuridad habitual que los acompañaba se había transformado en pelos, ojos, nariz, boca, orejas. Tus orejas.
Por eso me despido. La venda se estaba quedando en mi mirar porque siempre supe -desde que me enteré de tu existencia- que tu imagen fabricada por mí era real, y que me enamoraría de vos apenas se volviera perceptible.
Esa tarde te dije que estaba cansada. Sentada me dormí, creo que frente a vos, y cuando abrí los ojos, la oscuridad habitual que los acompañaba se había transformado en pelos, ojos, nariz, boca, orejas. Tus orejas.
Por eso me despido. La venda se estaba quedando en mi mirar porque siempre supe -desde que me enteré de tu existencia- que tu imagen fabricada por mí era real, y que me enamoraría de vos apenas se volviera perceptible.
domingo, 23 de agosto de 2009
lunes, 3 de agosto de 2009
Eran cuatro cositos. Los llamo así porque nunca los vi y ni siquiera puedo inventarles una forma. Pero lo que voy a escribir no va dedicado a ellos. Lo que pasa es que querían salir y decirle todo lo que yo pensaba. Y mirá que les decía "no, por favor, no puedo", "lo voy a hacer personalmente, esperen un poco" y demás mentiras. Pero bueno, ellos quisieron traspasar las capas de mi piel y gritarle aquello que venía guardando en secreto para mí.
Un día decidí hacerles un poquito -un poquito nomás- de caso y fui casi corriendo a buscarla; agitado llegué, con los labios secos no como una, sino como muchas hojas de papel. Estaban los cuatro acomodados, uno detrás del otro, empujándose de atrás hacia adelante para librarse de aquel volátil desierto empapelado. Abrí la boca y el que estaba más adelante se detuvo, ocasionando un choque poco trágico que hizo caer a los demás.
Fue cuando la vi a unos pasos, con una mano en el bolsillo del saco y la otra ocupada, aferrada a algo -que no pude distinguir muy bien- de un color muy parecido a la suya que no parecía querer destrabarse. Reparando en los cuatro cositos, me di cuenta de que seguían allí, pero en ese entonces mi respiración y mi boca volvieron a la normalidad, lo que generó su retorno. Primero miré esa mano y no sentí mis pies. Más arriba encontré su expresión de armonía, sus ojos brillando y su intención de no querer soltarse. Fue ahí cuando me fui, ahogado, pero feliz de verla así.
Un día decidí hacerles un poquito -un poquito nomás- de caso y fui casi corriendo a buscarla; agitado llegué, con los labios secos no como una, sino como muchas hojas de papel. Estaban los cuatro acomodados, uno detrás del otro, empujándose de atrás hacia adelante para librarse de aquel volátil desierto empapelado. Abrí la boca y el que estaba más adelante se detuvo, ocasionando un choque poco trágico que hizo caer a los demás.
Fue cuando la vi a unos pasos, con una mano en el bolsillo del saco y la otra ocupada, aferrada a algo -que no pude distinguir muy bien- de un color muy parecido a la suya que no parecía querer destrabarse. Reparando en los cuatro cositos, me di cuenta de que seguían allí, pero en ese entonces mi respiración y mi boca volvieron a la normalidad, lo que generó su retorno. Primero miré esa mano y no sentí mis pies. Más arriba encontré su expresión de armonía, sus ojos brillando y su intención de no querer soltarse. Fue ahí cuando me fui, ahogado, pero feliz de verla así.
domingo, 12 de julio de 2009
miércoles, 8 de julio de 2009
Inspiración despedida
¿Qué le voy a decir si se va? ¿Que vuelva? No va a volver, o al menos eso creo yo. O es lo que necesito creer. Pero a pesar de esto, me acuerdo del olor a día nublado, del sabor a viento despeinándome, del calor de su mano entrelazada con la mía como si formaran parte de la misma masa de huesos y carne, y en mi cabeza están esos pequeños que giran la manivela -mucho más de noche- para hacerme dar vueltas y vueltas hasta descolocarme y no saber qué pensar. ¿Y si vuelve, qué le voy a decir? Voy a esperar a que hable primero, y seguramente me quede callada y le diga que voy a ausentarme en la noche, para que no duela más. Pero allí es cuando todo lo anterior va a volver a aparecerse, y se le va a sumar el frío de los rulos descontrolados, los pinchazos del pasto contra mi bolsito, el ruido de un beso pedido y otorgado sin perder ni un segundo...
No quiero que mire ese techo ni que lo pinte de gris. Quiero que sonría, que haga musiquitas, que tararee melodías ricas en chocolates y galletitas dulces. Que siga, que se le mueva el corazón. Que sepa que sí me acuerdo -y me voy a acordar-, aunque a veces no cuente mis dedos desnudos y esté acá esa llama congelada que los endurezca y los desarme.
No quiero que mire ese techo ni que lo pinte de gris. Quiero que sonría, que haga musiquitas, que tararee melodías ricas en chocolates y galletitas dulces. Que siga, que se le mueva el corazón. Que sepa que sí me acuerdo -y me voy a acordar-, aunque a veces no cuente mis dedos desnudos y esté acá esa llama congelada que los endurezca y los desarme.
martes, 7 de julio de 2009
Hoy y mañana
Tun tun pá, tun tun pá,
te escucho por acá,
te escucho más allá;
a veces no te escucho
pero sé que me pensás
y me paro más arriba
y canto
tun tun pá, tun tun pá,
bailás por allá,
bailás más acá;
a veces sí te escucho
pero sé que no pensás,
y me mirás desde arriba
y cantás.
te escucho por acá,
te escucho más allá;
a veces no te escucho
pero sé que me pensás
y me paro más arriba
y canto
tun tun pá, tun tun pá,
bailás por allá,
bailás más acá;
a veces sí te escucho
pero sé que no pensás,
y me mirás desde arriba
y cantás.
martes, 9 de junio de 2009
domingo, 17 de mayo de 2009
Animalito
¿Por qué vinieron? ¿Por qué no se van? Lo que pasa es que están ahí, ahora. No piensan en irse y tampoco sé cómo hacer para que lo hagan. Parásitos. No entienden lo que les digo, parece que mi voz no es lo suficientemente fuerte.
Llamó a mi puerta, compañada por esas otras dos y yo, al no preguntar quién era, abrí. Irrumpieron en mi hogar, sobrepasando todo forcejeo de mi parte y no se llevaron nada -como creí que iba a suceder- sino que se instalaron en él sin que yo pudiera siquiera decir una palabra. Oigo ahora, repetidas veces, desde mi ceguera y mi decepción, las palabras débil, inútil, muda. Se aprovechan de mi falta de expresión. Sin embargo, ¿qué es lo que un animalito como yo podría hacer en un momento así? Sé que no me defiendo porque me doy cuenta de la realidad de sus acusaciones. Fueron y son más rápidas y fuertes que yo, quitando el hecho de que me tomaron por sorpresa cuando llegaron. Habiendo estado preparada, nada hubiera ocurrido.
La ira fue la primera que logró entrar, porque las otras dos se encargaron de que no pudiera detenerla. No hizo falta que me las presentara: ya las conocía. Hola, conejito, me dijeron. La impotencia entró después, agarrada de la mano con la represión. Ellas sabían quién era yo, también, y me irritó que me hayan llamado de esa manera, cuando ni siquiera los espejos ni yo queremos reconocer que soy un conejito tan flacucho y diminuto.
Llamó a mi puerta, compañada por esas otras dos y yo, al no preguntar quién era, abrí. Irrumpieron en mi hogar, sobrepasando todo forcejeo de mi parte y no se llevaron nada -como creí que iba a suceder- sino que se instalaron en él sin que yo pudiera siquiera decir una palabra. Oigo ahora, repetidas veces, desde mi ceguera y mi decepción, las palabras débil, inútil, muda. Se aprovechan de mi falta de expresión. Sin embargo, ¿qué es lo que un animalito como yo podría hacer en un momento así? Sé que no me defiendo porque me doy cuenta de la realidad de sus acusaciones. Fueron y son más rápidas y fuertes que yo, quitando el hecho de que me tomaron por sorpresa cuando llegaron. Habiendo estado preparada, nada hubiera ocurrido.
La ira fue la primera que logró entrar, porque las otras dos se encargaron de que no pudiera detenerla. No hizo falta que me las presentara: ya las conocía. Hola, conejito, me dijeron. La impotencia entró después, agarrada de la mano con la represión. Ellas sabían quién era yo, también, y me irritó que me hayan llamado de esa manera, cuando ni siquiera los espejos ni yo queremos reconocer que soy un conejito tan flacucho y diminuto.
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